El abanico es un accesorio que acompaña al ser humano desde tiempos muy lejanos. Su historia corre paralela a la de la humanidad y su presencia como elemento de uso cotidiano ha sido documentada profusamente en todos los rincones del mundo.
Como muestran estas imágenes, antiguas civilizaciones como la egipcia, la griega y la romana ya utilizaban los abanicos sobre todo para airearse, para ahuyentar insectos y para preservar alimentos del calor.
Según cuentan, el abanico manual plegable fue inventado en Japón por un artesano que utilizó para inspirarse las alas de los murciélagos y de ahí que lo primeros abanicos recibieran el nombre de “Kawahori” que significa murciélago. Cómodos y manejables su uso se fue extendiendo progresiva y masivamente a lo largo del mundo y desde China hasta Europa se convirtieron en un complemento imprescindible en manos de hombres y mujeres, como elemento práctico y también como signo de autoridad o de coquetería.
No está claro cuando se produjo la entrada de los abanicos en España pero ya en las crónicas de Pedro IV de Aragón se cita como oficio “el que lleva el abanico” de los nobles que acompañaban al rey. También ese conservan imágenes de abanicos correspondientes a la época de la conquista musulmana y las crónicas mexicanas hablan de hermosas piezas ornamentadas con plumas de aves exóticas que Moctezuma entregó a Hernán Cortés.
En los siglos XVII y XVIII el abanico plegable alcanza una gran difusión, especialmente en Italia, Francia, España e Inglaterra, pasando a ser un instrumento de distinción, elegancia y coquetería femenina; siendo, en opinión de Isabel I de Inglaterra, el único regalo que podía aceptar una reina.
El siglo XVIII fue el siglo del el triunfo definitivo del abanico como complemento indispensable en el vestuario de hombres y mujeres. En Europa se fabricaban abanicos para todo tipo de usos imaginables. Los había para momentos de luto, pintados en blanco, negro y gris; de satén para las bodas; y también para usar en el salón o el jardín. Algunos se impregnaban en perfume que al abanicarse desprendían su fragancia y servían para los largos paseos del verano. Llegaron también a fabricarse con pequeñas ventanitas o espejitos incrustados que permitían observar sin ser observados.
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Los abanicos han jugado un rol protagonista en la historia del coqueteo y es que al resguardo de un abanico se hacían confidencias y se daban ánimos a un pretendiente tímido. Además, una dama que se preciara no llevaba dos veces el mismo abanico a una fiesta.
En cualquier caso, el abanico se convirtió en un arma poderosa en las manos de una mujer que en aquellas épocas tenía muy restringida su capacidad para expresarse.
En otra próxima entrada hablaremos de este lenguaje fascinante.
Fuentes: http://revistacultural.ecosdeasia.com/. Diario ABC. Museo del Traje. http://protocolo.org
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